Pepe Mujica fue más que un presidente austero. Su legado ambiental combina crítica civilizatoria, políticas públicas verdes y una ética de vida sobria que aún inspira.
¿Puede un presidente vivir como predica?
José “Pepe” Mujica, presidente de Uruguay entre 2010 y 2015, dejó una marca indeleble en la política regional. No solo por su vida austera, sino por su mirada crítica al modelo civilizatorio y su compromiso con el ambiente. Desde sus discursos globales hasta su chacra en las afueras de Montevideo, Mujica encarnó una idea poderosa: vivir mejor con menos es posible… y necesario para salvar el planeta.
Mujica y su crítica al desarrollo: una civilización contra la naturaleza
Mujica advirtió, desde tribunas internacionales, que la crisis ambiental es una crisis de civilización. En la Cumbre de Río+20 y ante la ONU, denunció el consumo desenfrenado, la obsolescencia programada y la subordinación de la política al mercado.
“Estamos gobernando la nave humana hacia un holocausto ecológico… y no lo vemos”, alertó en 2012.
Criticó a los países ricos por su hipocresía: exigen sacrificios al sur global sin modificar sus propios patrones de consumo. Su defensa de la justicia climática y del cambio cultural profundo lo acercó a las corrientes del buen vivir y del decrecimiento.
Energía y minería: las decisiones verdes (y las tensiones)
Durante su presidencia, Mujica impulsó políticas que convirtieron a Uruguay en referente global en energías renovables. Con acuerdos multipartidarios, promovió una matriz energética limpia que hoy cubre más del 90% de la demanda del país.
El caso Aratirí
El megaproyecto minero Aratirí fue el dilema ambiental más polémico. Mujica, lejos de imponer decisiones, propuso un plebiscito para que el pueblo decidiera. Aunque el proyecto no prosperó, se sentaron bases legales (Ley de Minería de Gran Porte) para proteger el ambiente y regular futuras inversiones. Su postura mostró equilibrio: apertura al desarrollo, sí, pero con garantías ecológicas y deliberación democrática.
Vivir como se piensa: la ética de la sobriedad
Mujica vivió en su chacra rural, condujo su viejo Escarabajo y donó hasta el 90% de su salario. Esa austeridad voluntaria no era pose: era su filosofía. “Soy austero, no pobre”, decía. Para él, la verdadera riqueza es tener tiempo para lo importante.
Este estilo de vida le dio una autoridad moral inusual. No solo decía que el consumo excesivo destruye el planeta: él lo evitaba.
Su figura se volvió un símbolo global de coherencia ética. Inspiró documentales, discursos virales y una nueva forma de liderazgo: humilde, congruente, inspirador.
Legado ambiental y resonancia hasta hoy
Tras dejar la presidencia, Mujica siguió siendo una voz potente en la lucha ambiental. Jóvenes activistas, líderes como Boric o Petro, e incluso el Papa Francisco, han retomado su crítica al modelo depredador. Su frase más repetida:
“No falló la ciencia, falló la política”.
En 2022 y 2023, participó en cumbres climáticas exhortando a la juventud a despertar a los gobiernos. Su mensaje sigue siendo incómodo, pero urgente: o cambiamos la civilización, o nos extinguimos con ella.
Comparación regional: ¿qué lo diferencia?
A diferencia de otros líderes latinoamericanos que combinaron discurso ambiental con políticas extractivas (como Evo Morales o Rafael Correa), Mujica apostó por energías renovables y evitó hipotecar el territorio con minería. Además, su estilo de vida austero contrastó con los lujos de muchos dirigentes progresistas. Su figura, por eso, trascendió ideologías.
Conclusión: el ambientalismo como ética vivida
Mujica no se proclamó ecologista, pero fue uno de los líderes más coherentes con los valores del ambientalismo popular latinoamericano. Su legado combina:
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Crítica civilizatoria
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Políticas públicas verdes
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Estilo de vida austero
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Inspiración transgeneracional
En un mundo urgido por respuestas, su ejemplo es una brújula: no basta con saber qué hacer, hay que vivir de acuerdo a eso.

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